Columnistas-CamiloRuizTassinari

Quien haya ido a Tijuana habrá visto una de las construcciones más extrañas y absurdas que el hombre haya creado: una enorme muralla entrando tranquilamente al océano Pacífico. Entra al mar con todo y sus cables electrificados, por decenas de metros. Del lado mexicano se bañan familias y juegan los niños. Como si fuera totalmente normal que un muro dividiera el océano.

No muy lejos de la muralla hay una elevación, desde la cual se ve bien adentro del territorio americano. En los pocos minutos que pasé ahí recuerdo haber visto varias decenas de camionetas de la Border Patrol y un par de barcazas vigilando la costa. Alguien del lugar me dijo que antes de que construyeran el muro un buen nadador podía llegar hasta la Unión Americana, unos cientos de metros lejos de la frontera. En teoría todavía se podría hacer lo mismo en lancha. Por eso hay un enorme dispositivo acuático de seguridad, que incluye minas marinas, radares subacuáticos y decenas de embarcaciones.

La visita de Donald Trump a México enfureció con toda razón a la opinión pública. Es sin duda uno de los peores derrapones de Peña Nieto, y ojalá pase a la historia como el Error de Agosto. Con lo racista y humillante que es la propuesta de que México pague el muro, al leer la prensa mexicana y americana uno tiene la impresión de que… no hay muro. De que en los tres mil kilómetros de frontera entre México y Estados Unidos está el desierto, y luego Donald Trump en algún lugar en medio.

Pero el muro existe, estimados lectores, “y está cubierto de las huellas de los Clinton”, escribe Todd Miller, un periodista experto en la frontera. La propuesta del copetes (el del otro lado) es completamente incoherente. No tanto porque esté mal, sino simplemente porque propone hacer algo que ya está ahí; y porque a estas alturas un muro físico es una manera poco efectiva de detener a los migrantes.

El doble muro entre México y Estados Unidos cubre poco más de mil kilómetros de los tres mil de la frontera. Poco, diría uno, y en todo caso insuficiente para detener el flujo migratorio. Eso es cierto, aunque un efecto fue empujar la migración hacia las zonas más agrestes, como el desierto de Arizona. Esto no fue una consecuencia inesperada.

En 1994, como contraparte al Tratado de Libre Comercio, el equipo de Bill Clinton diseñó la primera estrategia general para detener la inminente migración a través de un enorme dispositivo de seguridad. La construcción del muro fue uno, entre otros, de los artilugios de esa estrategia. En esa época se le llamó “Prevention Through Deterrence” (Prevenir disuadiendo).

La primera arma de Estados Unidos era el desierto. El documento-madre de Prevention Through Deterrence decía que “los migrantes ilegales cruzando a través de partes remotas pueden encontrarse en peligro de muerte”. El objetivo declarado de la estrategia de Clinton era “interrumpir las rutas tradicionales de migración” que pasaban por las ciudades y, al empujar a la gente a un desierto que cobraría miles de muertos, “disuadir” a los otros que quisieran cruzar, so pena de morir de sed. Uno de los principales “indicadores de éxito” de Prevention Through Deterrence era, por si quedaba alguna duda, el aumento de las cuotas de los polleros y “más violencia en los intentos de entrar.” A la fecha se han encontrado 6 000 cadáveres en Sonora-Arizona. Ojalá un día podamos imputarle esas muertes a Bill Clinton.

En el 2006, durante la presidencia Bush, los republicanos presentaron la iniciativa de ley “Secure Fence Act”, que pretendía construir 1 100 kilómetros (más) de muro y, lo más importante, reforzarlo con drones, decenas de miles de policías, medidas de identificación biométrica, etc. Bueno, Hillary Clinton fue una de las pocas demócratas que votó a favor. Todavía en el 2015 defendió sus posiciones: “Voté varias veces como senadora por gastar dinero para construir una barrera que impidiera que entraran los migrantes ilegales. Uno tiene que controlar sus fronteras”. Amén.

Desde el ’94 (y sólo en ocho de los 22 años ha habido un presidente republicano) se ha quintuplicado el número de efectivos de la Border Patrol, hasta llegar a los 20 000; pero la Customs and Border Protection es la corporación de seguridad más grande de EU, con 60 000 efectivos. El presupuesto para “defender” la frontera pasó de 1.5 a 19 mil millones de dólares. Sin contar al ejército, Estados Unidos gasta más en estas dos corporaciones de seguridad que en todas las otras combinadas.

Un muro físico es una cosa anticuada. A los chinos les funcionó a medias, hace más de dos mil años. Como Obama, Bill y Hillary Clinton entendieron bien, lo de hoy es la tecnología. La Customs and Border Protection tiene alrededor de 30 drones “depredadores” (sí, así se llaman) de 12 millones de dólares cada uno. Hace poco trasladaron a Arizona un sistema de detección con radares que habían primero implementado en Afganistán. Se llama Vader.

Otra vez, cualquier dejo distópico es pura casualidad. Hay 12 000 sensores de movimiento en el desierto. Estados Unidos subcontrató a la corporación israelí Elbit Systems para diseñar una “frontera virtual” que detuviera a los mojados. La idea es hacer una red de “torres de inteligencia” que recopile la información de los radares, sensores, cámaras y drones. Sí, Elbit hizo lo mismo en Palestina.

¿La consecuencia de esto? 750 000 migrantes han pisado la cárcel desde 2005. No estoy seguro de qué puede hacer Trump para empeorar la situación.

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