Por Nahir González 

Se le llama violencia a aquella conducta o acción que tiene como finalidad amenazar, someter o hacer daño a un individuo o colectividad. La violencia existe en todos los ámbitos, sin embargo, tiene mayor persistencia cuando se trata de ejercerla en sectores “débiles” de la población, como es el caso del ámbito femenino.

La ONU define la violencia contra la mujer como “todo acto que resulte, o pueda tener como resultado un daño físico, sexual o psicológico para la mujer; inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada”. Desafortunadamente, la violencia hacia el género femenino, se ha convertido en un grave problema de salud pública y un fuerte ataque a los derechos humanos; pues es algo que existe en todos los rincones del mundo, ya sea en mayor o menor medida.

La violencia contra la mujer tiene muchas representaciones, no solo implica golpes e insultos, se puede manifestar a través de varias vertientes, como: violencia psicológica (la que discrimina y atenta contra los pensamientos, las actitudes y la autoestima), violencia física (la que causa daños intencionales al cuerpo), violencia patrimonial (la que atenta contra los recursos materiales para satisfacer las necesidades personales), violencia económica (la que afecta la supervivencia económica de la víctima), violencia sexual (la que degrada y daña sexualmente el cuerpo);  o cualquier otra forma análoga que dañe la dignidad, libertad o integridad de las mujeres.  

En la mayoría de casos, la violencia contra el género femenino, parece ser invisible, pues las personas que la padecen no la denuncian y la gente que la observa, la justifica o se muestra indiferente. Cada día una gran cantidad de mujeres y niñas, mueren como consecuencia de diversas formas de discriminación y violencia a causa de su género. La situación se agrava cuando a esto hay que sumar otros factores como: pobreza, incultura, educación machista y falta de oportunidades; ya que en estos casos la violencia se prolifera aún más.

Una de las manifestaciones más comunes de violencia contra la mujer se da, irónicamente, dentro de sus mismas familias. Esta es notable desde el momento en que se hacen distinciones entre la educación de los hijos hombres y de las hijas mujeres, por ejemplo, en muchos núcleos familiares se inculca: que la mujer debe casarse y tener hijos, pues su función única en la vida es crear y atender a una familia; que la esposa debe servir al esposo por obligación y que el hombre es el líder de la casa; que la mujer debe ser sumisa y abnegada ante los deseos de los varones, mientras el hombre es el que debe mandar en su hogar, mostrándose fuerte y arrogante; que el hombre puede vivir su sexualidad plenamente e incluso ser infiel, pues para su género esto es un logro, sin embargo, la mujer debe recatarse en su totalidad, pues si no lo hiciera, sería un grave motivo de vergüenza y enjuiciamiento. Dichas situaciones, de ninguna manera pueden ser estandartes de sociedades que se autodenominan desarrolladas, demócratas y promotoras de la equidad; hechos de este tipo reflejan todo lo contrario: retrogrades y decadencia.

Como consecuencia de este escenario, rutinariamente miles de mujeres crecen valorándose muy poco y creyendo que nacieron para ser los objetos de servicio del género masculino, por tanto; permiten ser humilladas, limitadas, aterrorizadas, golpeadas, torturadas y finalmente hasta asesinadas. No obstante, la violencia de género perpetrada en el núcleo familiar, no solo se queda ahí, sino que es llevada a los diferentes ámbitos de la sociedad; pues lo que se aprende en casa, se aplica en todos los demás entornos. Como secuela lógica, la mujer es discriminada y violentada en otros sectores: laboral, educativo y hasta el legal.

Según la ONU, la pobreza tiene rostro predominantemente de mujer, ya que del total de personas que viven en la pobreza absoluta, la mayoría está constituida por mujeres. La creciente pobreza del género femenino se ha atribuido a su desigual situación en el mercado educativo y laboral (en lo referente a preparación académica, salarios y contrataciones), la forma en que se le trata en el sistema educativo y en el de seguridad social, así como su condición y falta de poder de decisión dentro de la familia. Desafortunadamente, las percepciones monetarias que reciben las mujeres a cambio de su trabajo, respecto a las de los hombres, son inferiores, y las áreas en que ellas pueden desarrollarse son muy limitadas. 

En cuanto a leyes y derechos humanos, existe una grave impunidad y deshonestidad en la impartición de justicia respecto al género femenino, pues a pesar de que todos los ciudadanos deberían ser gobernados bajo el mismo plano y sin atribuir distinciones a nadie; persiste la irresponsabilidad, la conducta machista y la discriminación hacia las mujeres. 

Otras de las formas de violencia contra la mujer más extendidas y abominables son: la prostitución forzada, la explotación y el tráfico sexual. La llamada industria del sexo mueve grandes cantidades de dinero. El tráfico de prostitutas, el turismo sexual, las redes sexuales de inmigración ilegal y la pornografía a través de cualquier medio; suponen para muchos países una muy importante fuente de ingresos. 

Normalmente, las mujeres que no se hallan en estas situaciones por propia voluntad, provienen de las zonas más pobres del mundo y son introducidas de forma violenta en estos ámbitos. En casos extremos, algunas de estas mujeres, son entregadas por sus propias familias para saldar viejas deudas o para ganar dinero. Por tanto, las mujeres son utilizadas como instrumentos para hacer negocios, hecho que refleja fuertemente el ejercicio de una terrible violencia contra ellas y una extrema descomposición social.

Debido a este panorama, es notable que no solo basta dar discursos a favor del género femenino y la equidad, o recordar el importante papel que tienen las mujeres en la sociedad cada 8 de marzo; resulta fundamental definir estrategias y tácticas específicas que contribuyan a que la equidad de género sea una realidad. Es preciso crear y practicar una nueva cultura que erradique el machismo y también el feminismo -pues ninguno de los dos extremos resulta favorable- es tiempo de que hombres y mujeres se concienticen respecto a lo que verdaderamente implica la equidad; puesto que no significa lucha de sexos, ni busca ruptura alguna entre ellos, sino que tiene como objetivo establecer una nueva educación en la cual la sociedad sea más participativa en todos los terrenos; para que mujeres y hombres se conviertan en aliados y se impulsen mutuamente, alcanzando así sus respectivas metas.

Si se quiere vivir en armonía social, se deberá trabajar, luchar y colocar en el centro de nuestro orden social, económico y cultural, la dignidad inviolable de todo ser humano, sea hombre o mujer. Por tanto, es indispensable que hombres y mujeres procuren cohesionarse y visualizarse como integrantes de un mismo grupo, no como enemigos. Esto permitirá materializar las transformaciones que facilitarán el acceso a una cultura de equidad, sin importar cualquier tipo de diferencia de género naturalmente existente.

*Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente la línea editorial del portal de noticias Ángulo 7. 

Fundadora y directora editorial del portal de noticias Ángulo 7. A los 14 años decidió que quería dedicarse al periodismo. Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana de Puebla. Fue becada...