Arturo Rueda/Tiempos de Nigromante/Diario Cambio

Nunca las mega coaliciones PAN-PRD han sido de fácil alumbramiento. En 2010 la gran tejedora de sueños fue Elba Esther Gordillo, quien negoció, operó y financió abiertamente para sus pupilos de Puebla y Veracruz. En 2013 ya todo estaba encarrerado nuevamente bajo su madrinaje cuando fue detenida un 26 de febrero. Sin ella en la cabina de mando, la negociación del 2015 fracasó. Nueva Alianza se convirtió en aliado de facto del PRI, PAN y PRD los cuales jugaron cada cual por su lado, y el resultado final fue que la coalición PRI-PVEM se hizo con la mayoría en San Lázaro, algo que no ocurría desde 1994. No hay que ser un científico de la política para entender que las manos hábiles de Manlio Fabio Beltrones y Los Pinos hacen su juego para entorpecer las alianzas mortales en su contra. La elección 2016 se juega primero en los escritorios, y ya mucho después en los mítines y las urnas.

En esa ronda de escritorios, los burócratas de la política, cual jugadores de casino, blofean con sus peores cartas. Este, y no otro, es el momento en que Rafael Moreno Valle y Tony Gali deben desplegar sus mejores talentos para enhebrar fino en la construcción de la versión 3.0 de la megacoalición PAN-PRD que vive horas cruciales. Sus enemigos, los visibles y los invisibles, operan en este momento para construir un muro infranqueable.

 

Hace un año, Héctor Bautista, cabeza visible de ADN, reventó la posibilidad de que en las elecciones federales se unieran ambos partidos en por lo menos 150 distritos electorales, lo que, ex post, quizá hubiera evitado la mayoría priista en San Lázaro. El equilibrio de fuerzas al interior del Sol Azteca es delicadísimo. El morenovallismo mantiene de su lado la fuerza menguante de Los Chuchos, y sabe que su enemigo mortal es la corriente de Alternativa Democrática Nacional (ADN). Sin embargo, suma también ahora la oposición de quien fuera su aliado en 2010 y 2013, Luis Miguel Barbosa.

 

En el PRD todo es un embrollo y la mayoría de sus movimientos como partido no tienen como eje sus propios definiciones o desacuerdos entre tribus. El dilema perredista es el de la extinción, ya no como el gran partido de la izquierda mexicana, sino como gran partido, pues Andrés Manuel López Obrador y Morena tienen todo listo para ocupar su lugar en 2018. La única posibilidad de impedir el avance de AMLO es, tautológicamente, obtener victorias electorales.

 

Pero en el tablero 2016 del PRD sólo hay una victoria posible en las doce gubernaturas en juego: Tlaxcala. De ahí la vehemencia de Agustín Basave de ligar la alianza en esa entidad con la de Puebla. Es la única forma que tiene de asegurar aunque sea una victoria, por mínima que sea la entidad.

 

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Fundadora y directora editorial del portal de noticias Ángulo 7. A los 14 años decidió que quería dedicarse al periodismo. Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana de Puebla. Fue becada...