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Por Redacción

La investigadora de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), Sonia Silva Gómez, busca la certificación orgánica de tres variedades de maíz originarias del estado; hay un registro de 41 razas del grano en el país.

Además, sugiere estudios integrales entorno a este cultivo, “cada raza y variedad se relacionan con las prácticas agrícolas domésticas de un pueblo o una cultura en particular. Si desaparece una variedad, desaparece un pueblo y viceversa”, aseguró.

La académica ha centrado sus esfuerzos en la certificación orgánica de tres variedades originarias de Puebla, para proteger su material genético, lograr que campesinos y productores defiendan los precios de sus mercancías sobre las importadas, y otorgarle el valor correspondiente al maíz originario.

Detalló que para que un alimento obtenga la certificación orgánica es necesario demostrar su pureza, es decir, que esté libre de contaminantes o sustancias ajenas.

Agregó que ha participado en la recolección de 110 variedades nativas de las 10 razas ubicadas en cinco municipios: Calpan, Atlixco, Huaquechula, Santa Isabel Cholula y Tianguismanalco.

 

Maíz, base de la cultura mexicana

La investigadora –que hizo su doctorado en Estrategias para el Desarrollo Agrícola Regional– explicó que una prueba del vínculo del maíz con la diversidad cultural es la variedad gastronómica que se deriva de este alimento, pues en México se preparan casi 600 platillos con maíz. “Negar este grano sería prescindir del pozole, tortillas, tostadas, chalupas, tamales, atole, quesadillas, esquites”.

Recordó que desde el México prehispánico, ya las cosmovisiones de los pueblos mesoamericanos integraban al maíz como un elemento fundamental en su dieta y vida. Su vínculo con este grano llegaba más lejos que ahora, pues era visto incluso como la materia con la que fueron creados los primeros hombres.

Cabe mencionar que la investigadora es de las pocas científicas sociales adscritas al Icuap. Su formación de antropóloga social y la relación constante con investigadores de estas áreas le han permitido realizar estudios interdisciplinarios, con el objetivo de reivindicar el papel del maíz en el mercado nacional y reconfigurarlo en la percepción de los mexicanos.

Durante la entrevista, de uno de los cajones de su librero extrae una bolsa de plástico que a su vez contiene otra más pequeña. Ahí guarda distintos granos de maíz transgénico o híbrido. Se sorprende al ver que aún se conservan pese al largo tiempo que han permanecido bajo su cuidado. “No es normal”, comenta. Por eso las resguarda así, evita que sus plantas y mazorcas naturales se contaminen con alguno de los químicos presentes en estos granos.

 

La mujer que prefiere las herramientas como regalo

Silva Gómez cuenta que vivió su infancia en el campo. En compañía de su abuelo -a quien recuerda con agrado- pasaba largas horas rodeada de árboles, huertos y tierras de cultivo. Ayudaba en algunas de las actividades agrícolas, de ahí su amor hacia los instrumentos de trabajo. “Si me vas a regalar algo, que sea alguna herramienta”, refiere.

Su energía, vitalidad y dinamismo al hablar, también se manifiestan en cada una de las empresas en las que se involucra. Desde sus proyectos de investigación científica, hasta sus actividades de gestión académica, son atendidas con especial y particular dedicación.

Para hacer de todo, Sonia se despierta desde temprana hora. En su escaso tiempo libre se encarga del cuidado de un huerto urbano instalado en la azotea de su casa, pues sólo así conoce totalmente lo que ingiere. Jitomates, lechugas y otros vegetales dan vida a su hogar.

“Si uno como académico sugiere prestar atención en las formas en las que se cultivan y producen los alimentos, sería una incongruencia que yo los consumiera sin el conocimiento, o peor aún, que a pesar de saber lo que contienen, los comiera deliberadamente”, enfatiza.

“La creciente producción de transgénicos e híbridos es resultado del paradigma del postmodernismo y del hedonismo”, dice.

Consciente de que los actuales esquemas económicos de la industria de alimentos obliga a las personas a renunciar a su soberanía alimentaria, la investigadora del Icuap no pierde la esperanza de que, poco a poco, desde la academia, con pequeñas acciones, la sociedad tome las riendas y defienda su derecho a elegir lo que come, en oposición a las empresas que monopólicamente destruyen y contaminan los recursos naturales con el argumento de garantizar alimentos “de calidad” a todos los habitantes del planeta.

“El punto es que las personas conozcan lo que comen. Si consumen una hamburguesa, sepan del trabajo que implica elaborarla, de la cantidad de agua desperdiciada para su producción, o del origen y calidad de los ingredientes que la componen”, explica con su taza de café en mano.

Con ese sueño comienza su día, confiando en que con la socialización de conocimiento, no sólo entre las “élites”, será posible corregir el camino

 

Editado por: Ángel Pérez Romero @angel_xdj

Foto: Cortesía BUAP

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