Por José Buendía Hegewisch 

La alternancia en la mitad de las delegaciones del DF luce irregular y sucia, todo un microcosmos de prácticas mafiosas y falta de sentido democrático; pero también de fuerza de renovación en la ciudad más educada y politizada del país, con la mayor densidad del tejido social.

La transición ha destapado cloacas de malos manejos y corrupción, sin intención de autoridad ni partido alguno de responder por ello. Desviaciones en prestación de servicios, ineficiencia en el gasto y distracción de recursos públicos, revelan inoperancia de los contrapesos y controles institucionales del gobierno local para trasparentar la administración y obligar a rendir cuentas. Pero también, capacidad de la ciudadanía para entrar a cambiar ese estado de cosas.

El derrotado en las urnas fue el PRD en su principal  bastión. Se demostró agotamiento de estructuras clientelares que enquistan corrupción e impunidad a las mafias, inseguridad y el aumento del crimen como el de Narvarte. El debilitamiento del Estado, sin que su régimen interior haya alcanzado ese estatus.

Pero la visibilización del secuestro del servicio público por tribus y clientelas políticas no se debió a mecanismos de transparencia, ni a contralorías, auditorias o fiscalías, bajo control perredista. Tampoco a la débil oposición en minoría desde 1997, hasta ahora que Morena se impuso en la ALDF. Tampoco habían salido a la luz pública, más que pistas, como denuncias de corrupción hacia los exdelegados de Coyoacán e Iztapalapa; o escándalos de desvíos millonarios en Miguel Hidalgo para la operación política, y pandillerismo en Cuajimalpa. Nunca un solo detenido.

Bajo la hegemonía del PRD en la capital, la función pública se desvirtuó al punto de condicionarse obras y servicios públicos al apoyo electoral. Las delegaciones se convirtieron en ínsulas de pequeños caciques, donde se heredaba el poder entre familias y distribuía entre tribus. Si bien, el fracaso de la Línea 12 del Metro o el doble “Hoy No Circula” debilitan el apoyo electoral, el contacto de la ciudadanía con la ineficacia y corrupción de sus autoridades más cercanas fue determinante para romper su hegemonía, junto con la aparición de nuevas opciones. La ciudadanía usó el único medio para juzgar y canalizar su hartazgo en castigo a través del voto.

El último peldaño de la degradación de las formas mafiosas de hacer política son las denuncias de oficinas saqueadas y arruinadas, arcas vacías, obras sin terminar —spas incluidos— y deudas pendientes. Ese es el estado de la administración que denuncian lo mismo los nuevos delegados de Morena en Cuauhtémoc, Tlalpan, Azcapotzalco, Tláhuac y Xochimilco, que los priistas de Magdalena Contreras y Milpa Alta, o Xóchitl Gálvez en Miguel Hidalgo. Y no es por falta de dinero, porque este año la capital recibió 7% más de presupuesto que el anterior, al igual que las delegaciones, unos 40 mil millones de pesos.

¿Qué papel juegan los ciudadanos contra la impunidad? Ahora las nuevas autoridades deben presentar las denuncias para corresponder al apoyo social. Es el primer paso para hacer mejorar las cosas y usar el respaldo para atacar la creciente delincuencia, narco-menudeo,  corrupción e inseguridad en sus demarcaciones. Nada podrán hacer si, como en otras transiciones, optan por el silencio y la complicidad para obtener otras ventajas o evitar conflictos.

La mayor desconfianza hacia las autoridades apunta a las que son más cercanas y con las que más interactuamos, como la policía, según la última encuesta de victimización del Inegi. Igualmente, la credibilidad será difícil de construir sin partir del piso más cercano en el municipio o en la delegación. Ese es el reto y la oportunidad de los gobiernos delegacionales, aunque su autonomía esté recortada por el régimen interior de competencias.

 

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Fundadora y directora editorial del portal de noticias Ángulo 7. A los 14 años decidió que quería dedicarse al periodismo. Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana de Puebla. Fue becada...