Por Marco Rovira

La paranoia contra el demonio del populismo no afecta solo a la cabeza del presidente Enrique Peña Nieto, es el reflejo de un miedo muy real que es común, no sólo a la clase política, sino a todos aquellos cuyos intereses dependen del sistema de dominación actual.

Cuando Peña Nieto ha hecho alusión al tema de lo “peligroso” que es el populismo, ha sido en contextos que parecen remitirse a un asunto de política internacional –como lo hizo recientemente en su trabalenguada intervención ante la ONU– pero, sin duda, estos mensajes van dirigidos a nuestro país, tienen nombre y apellido.

Para nadie es un secreto que Andrés Manuel López Obrador está claramente interesado en contender por la presidencial para el 2018, lo que ha despertado reacciones adversas en diversos círculos políticos, quienes ven en él y su política –nacionalista y de izquierda– una amenaza para el México que se ha construido a partir de los años ochenta, el cual, sin duda, ha beneficiado más a unos pocos que a la mayoría. De lo anterior se desprende la fallida cruzada contra el populismo que ha enarbolado el presidente Peña Nieto. 

La pesadilla de unos podría convertirse en el sueño de otros. A raíz de que el periódico Reforma publicara hace un mes una encuesta que midió la intención de voto respecto a las elecciones presidenciales de 2018, quedó demostrado que, al menos por ahora, el puntero en la carrera es Andrés Manuel López Obrador, quien registró un 42% de intención de voto ciudadano, muy por encima de los demás aspirantes. 

El miedo a un cambio que pueda afectar los intereses de los grupos que gobiernan México es real. 

La semana pasada en su columna del periódico El Financiero, Pablo Hiriart –comunicador crítico a las posturas de López Obrador, mismo que es señalado como alguien cercano al expresidente Carlos Salinas de Gortari–, informó que intelectuales y políticos se reúnen periódicamente con un objetivo: preparar una candidatura “independiente” a modo, capaz de arrebatarle la silla presidencial a López Obrador, ya que están conscientes del desprestigio que sufren los partidos tradicionales, así como de que hasta ahora ninguna figura de estos partidos ha logrado levantar expectativas creíbles para conquistar la elección de 2018. 

Frente al horror que les causa el que un “populista” –mote bastante discutible– pudiera llegar al poder, este grupo de líderes ha optado por pervertir una vez más la democracia manipulando la figura de las recientemente creadas candidaturas independientes, para así seguir con su proyecto de nación y perpetuarse en el poder.

Entre los políticos citados por el propio Hiriart, en su columna, destacan personajes como Diego Fernández de Cevallos o el exsecretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, quienes estarían jugando un papel central en los preparativos de esta estrategia; pero no son solo políticos quienes se aterran ante la llegada de un gobierno de izquierda, el cual pudiera ser electo de manera genuinamente democrática en el país.

Junto a estos políticos trabajan algunos intelectuales, tales como Ángeles Mastretta, Héctor Aguilar Camín o Federico Reyes Heroles, según lo referido por el propio Hiriart, todos ellos personajes que, mientras que con la pluma defienden a la democracia, en  la práctica incluso ayudan de manera directa a seguir deformando la ya de por sí maltrecha democracia mexicana, alimentándose de las mieles que les produce no sólo su quehacer intelectual, sino también su cercanía con los grupos de poder dominantes.

Pensar que los intelectuales son un grupo exento de pasiones políticas es un error que la historia nos demuestra bien, como sucedió, por ejemplo, en la Alemania Nazi, en la cual pensadores de la talla de Martin Heidegger respaldaron activamente al régimen fascista y se vieron incluso premiados por su complicidad intelectual. 

Para no ir al otro lado del atlántico pensemos en el círculo de intelectuales conocidos como “los científicos” –entre los cuales estaban personajes como el exsecretario de Hacienda porfirista José Yves Limantour–, hombres letrados e intelectuales que se mantuvieron cerca del régimen de Porfirio Díaz, lo legitimaron con sus ideas y sus acciones, obteniendo beneficios a cambio.

El que los intelectuales tengan ideología política no es un problema, el problema es cuando estos personajes gustan pensar públicamente de una forma, mientras actúan de otra en lo privado, contradiciendo incluso los principios que ellos mismos defienden, a los que se deben, o con los que están de acuerdo, siendo incluso capaces de colaborar con proyectos tan deshonestos y perversos que no pueden sino generar escándalo. 

Construir un sistema democrático es una enorme tarea que sigue estando pendiente en México, y que le corresponde no sólo a los políticos, sino también a los ciudadanos, dentro de los cuales ciertos grupos como los intelectuales resultan vitales en dicha tarea, por lo que es inadmisible, o cuando menos reprobable, que algunos de ellos se presten a bajezas tales como las que Pablo Hiriart nos dio a conocer en su columna de la semana pasada.

 

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Fundadora y directora editorial del portal de noticias Ángulo 7. A los 14 años decidió que quería dedicarse al periodismo. Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana de Puebla. Fue becada...